El olor a libro está entre los preferidos de muchas personas. Tanto es así que los japoneses consideran el «olor a calle repleta de librerías» una de las 100 fragancias destinadas a preservar. La razón por la que el libro electrónico nos deja bastante fríos es la ausencia de las sensaciones del libro en papel. Pero, ¿qué tiene de especial el olor a libro? ¿Y por qué nos gusta tanto?
La bibliosmia hace referencia al placer que produce oler un libro al reconectarnos, de forma inconsciente, con el disfrute que, un día, experimentamos leyendo tal o cual historia. Recordemos que los olores, a través de la activación del sistema límbico, son capaces de desencadenar emociones, recuerdos, modificar cogniciones y conducta e, incluso, dar forma a nuestra identidad.
Ahora bien, ¿a qué huelen los libros? Pues depende del libro. Los nuevos huelen a adhesivo, a tinta y a los compuestos utilizados al producir el papel. Ahora bien, los libros viejos cuentan con un buqué mucho más interesante. Y es que en función de su edad y sus condiciones de conservación se degradan de una u otra forma. Y así, la lignina y la celulosa del papel se transforman en distintos compuestos orgánicos volátiles que producen los olores. Por no hablar del café o el chocolate que se nos cae sobre una página de vez en cuando…
Tan rico y lleno de matices puede llegar a ser el olor a libro viejo que dos investigadoras crearon en 2017 The Historic Book Odour Wheel, una ruleta de colorines que, en realidad, es un preciso instrumento para, con una cata olfativa, clasificar el estado de degradación de un libro. Y es que, ¿quién no es capaz de disfrutar al esnifar furfural (libro con notas a caramelo/galletas), undecano (chocolate) o ftalato de dibutilo (fruta fresca)?
Beatriz Rodríguez Cabo