Roz Chast es la hija única y tardía de un matrimonio neoyorkino de origen judío que lleva décadas viviendo en el mismo apartamento. En “¿Podemos hablar de algo más agradable?” que podríamos describir como un diario ilustrado, cuenta su relación con sus padres en los últimos años de la vida de estos. Muestra así las enormes dificultades que ha de superar para conseguir que colaboren en su cuidado a medida que su salud física y mental se deterioran, o la culpa que le genera desear de forma no siempre inconsciente que se produzca su fallecimiento para desatascar los problemas que generan la enfermedad, la sobrecarga que representa atender a sus padres y el temor a la ruina económica por el agotamiento de los ahorros de la familia con los costes del cuidado sanitario y sociosanitario a los dos ancianos.
La relación de Roz con sus padres nunca ha sido fácil. Nacida años después de una hermana que solo vivió un día, huye de su casa en la adolescencia, porque le cuesta bregar con un padre inseguro, neurótico y dependiente y una madre tan hiperactiva como autoritaria e irascible. Durante más de 10 años, ya adulta, evita el contacto con sus padres y solo se decide a visitarlos en 2001, cuando están a punto de cumplir los 90. Los encontrará sobreviviendo como si el tiempo, más que pararse, se hubiera sedimentado en forma de mugre por todas partes en su apartamento. Los dos ancianos mantienen sus costumbres de décadas, sus rutinas, sus manías, almacenan cachivaches inútiles, regalos promocionales de bancos que ya han desaparecido, libretas de ahorro sin valor, todo ello como elementos identitarios y por tanto imprescindibles. Se relacionan con muy pocas personas, desde la desconfianza, y el egocentrismo de una pareja que lleva junta casi 70 años en los que los lazos de interdependencia los han convertido en un núcleo unitario.
En su intento de estar más cercana a sus padres, Roz tropieza con los miedos de un padre evitador que no quiere hablar de la muerte y con la rigidez de una madre que sigue siendo el eje en torno al cual debe rotar toda la familia. Siendo difícil la relación en las condiciones habituales, los problemas físicos de la madre hacen necesario, primero, un ingreso que pondrá en evidencia la incipiente demencia del padre y, después, la necesidad de tomar medidas para garantizar el cuidado de la pareja, que terminará ingresando, a regañadientes, en un centro de mayores. Esto supone la necesidad de vaciar un apartamento en el que los dos ancianos han vivido de alquiler durante años. Clasificar, seleccionar y, sobre todo, deshacerse de muchos enseres, es para Roz un ejercicio que además de dolor le produce la extraña sensación de encontrar en ellos las manías, los temores, las preocupaciones y los gustos de sus padres. Sacar todo aquello a la basura es, por lo tanto, sacar su historia, desmontar en cierta manera la esencia de los dos ancianos, construida y esclerosada a lo largo de sus vidas.
El padre será el primero en fallecer, tras una prolongada agonía con dolor y malestar, y la madre sobrevive unos pocos años más, en los que Roz ha de sobrellevar la siempre difícil relación con ella, la continuación de la sobrecarga que supone para una hija única atender a padres ancianos y frágiles y la culpa que le genera sentir la necesidad de que la muerte de su madre dé fin a una existencia que la menguante calidad de vida va haciendo fútil y dolorosa, además de muy costosa para las finanzas familiares.
Cuando la madre muere, cuando todo acaba, Roz conserva las cenizas de sus padres en un armario de su casa. No tiene claro qué hacer con ellas, pero de alguna forma no puede separarse del recuerdo y de las personas de aquellos dos ancianos.
“¿Podemos hablar de algo más agradable?” es una obra amena, ágil, absorbente, que describe perfectamente la ambivalencia que produce en los hijos el deterioro de los padres. También, cuando vemos las dificultades de Roz para cuadrar las cuentas de los gastos que suponen los cuidados a sus padres, es una oportunidad para reconocer las ventajas de un Estado del Bienestar que no es disfrutado en todas las economías avanzadas y que allí (aquí) donde lo disfrutamos deberemos intentar preservar lo más posible con criterios de racionalidad y justicia.
J.Me.