Tras 25 años de experiencia como auxiliar de enfermería, tengo que decir que nunca he visto tanto miedo.
Miedo a trabajar, miedo a contagiar a los tuyos...pero el peor miedo que por desgracia nos ha tocado ver es el de los pacientes, cuyo mundo se vio reducido a una habitación, en manos de desconocidos a los que no ponían cara, solos, sin familia, desorientados, el miedo a una muerte en soledad, a esas alturas de la vida, la muerte no les da miedo, lo han hecho todo en esta vida y el marcharte en paz con los tuyos es algo primordial.
Les he intentado sacar una sonrisa, un beso bajo dos mascarillas y un baile tras el equipo EPI, pero todo eso no es suficiente, el amor de los suyos se quedaba en la puerta del hospital y el terror por no volverlos a ver era desgarrador.
El esfuerzo que suponía trabajar con los equipos EPI se olvidaba al sacarle una sonrisa a un paciente o unas palmas a otro.
No debemos olvidar nunca esto, por lo duro que ha sido pero no por nosotros los profesionales, sino por todos los aitites y amamas que un día cerraron los ojos, recordando a sus nietos, y nunca los han vuelto a abrir.
No hemos luchado contra un virus, sino contra el miedo, el terror, la desesperanza...y hemos utilizado la mejor arma que existe; la unión, la amistad y el compañerismo, hemos trabajado en equipo, cuidándonos unos a otros, el que un desconocido al que no ves la cara te ayudara a ponerte el equipo, es algo fugaz pero no caerá en mi olvido.
He trabajado con verdaderos profesionales, algunos sin experiencia pero con una predisposición enorme a hacerlo bien, profesionales unidos con un solo objetivo, cuidar de nuestros ancianos que son el mayor tesoro que tenemos.
Eva Herrero López